INSOMNE

Se adentra la noche y persigo mil excusas para no sumergirme en el temor que me apremia la cama.
Solo pensar que de nuevo afrontaré una ardua batalla entre mis ganas de dormir permaneciendo despierta y mi ímpetu por despertarme mientras intento dormir, hace que mis tripas se revuelvan y la mente fluya por caminos derroteros.
Desde que conocí el amor no he sabido apreciar un buen descanso en paz, solo quiero mantenerme nivelada en el oneirismo que he catado y del que pronto me he viciado.
Asumo cualquier responsabilidad sobre mis propios actos, pero los demás me apelmazan con consejos moralmente publicitarios.
Martilleo mi cerebro con densas canciones y escritos verborreicos pero éste se acostumbra a devorar tanta mierda que con cualquier manjar es capaz de elogiarse toda la noche.
Pero es en la noche cuando suceden cosas maravillosas porque la penumbra embellece la verdad de los callejones que acoge al ciudadano en sus acciones más perversas.
Por la noche la conciencia se relaja. Solo por la noche soy capaz de tener erecciones intelectuales mientras veo películas del calibre de “I´m not there”.
Solo en la oscuridad, mientras admito que tengo un problema con el colchón de mi cama, me macero junto a la pantalla y contemplo como un director en busca de 6 personajes encaran la esencia de un Bob Dylan extrañamente cercano, humano. Y no es que Dylan, -el cantante, no el poeta, (Dylan Thomas) que también poeta, pero no cantante-, no nos resultara cercano, sino que dentro de su divinidad me ha parecido más humano.
Así que de pronto, en la noche, me pregunto a estas alturas de mi vida, donde morir no me importa porque ya sé qué hay en el cielo y el infierno me parece aburrido:
¿De verdad no me gusta ser insomne?
SI cada noche pudiera acostarme con un divino, no me importaría sufrir durante el día la insignificante e inevitable mortalidad.